Dicen que todas las cosas buenas tienen
final...
Y posiblemente sea solo cosa mía, pero
cuando oí por primera vez esa frase, mi primera reacción fue temer
que eso implicara que las malas no acaban nunca.
No me lo tengáis en cuenta. Era joven,
e inocente, y aún no había tenido muchas cosas, ni buenas ni malas,
en las que basar mis opiniones. Mi experiencia se limitaba a las
cientos de historias en las que me sumergía cada tarde en la
biblioteca municipal, en los libros que devoraba, escondido en los
sillones que había al fondo de la sala, en el recodo donde la
sección de ciencia ficción y fantasía se encontraba con la puerta
del baño. A veces me pregunto si aquella disposición iba con
segundas...
Me encantaría decir que era un chaval
que no hacia ascos a ningún libro, pero la verdad es que mi
horizonte era muy limitado. Francamente, para mi aquella sección
estaba en el lugar ideal, alejada de narrativa histórica, novela
negra o, dios no lo permita, culebrones románticos. Aunque reconozco
que los volúmenes de recopilación de fotonovelas me resultaban
fascinantes.
Si, mi educación en cuanto a las
“cosas” estaba muy limitada en aquella época, pero en aquellos
libros ya comencé a descubrir algunas de ellas. El terror, la
incertidumbre, el dolor, el amor, la muerte... Todo aquello estaba
allí, metido en aquellas paginas, oculto entre temas mas afines a
mis inquietudes de la época... Naves espaciales, dragones, planetas
errantes, robots, magia, viajes en el tiempo... Y sin saber muy bien
como, mientras disfrutaba con lo ultimo, aprendía de lo primero.
Claro que todo aquello no eran mas que
fantasías... Eran palabras atrapadas en las paginas y, sin duda, la
vida real no era así. Sabia a ciencia cierta que no había naves
espaciales ni dragones, y que tendría que esperar unos años antes
de que los coches condujeran solos por las calles y pudiéramos ir a
clase con mochilas cohete. Pero de esos otros temas, de los ocultos
tras las tramas fantásticas, de esos no estaba tan seguro.
Creo que tarde en que me pasaran cosas
mas que otros chavales de mi edad, porque siempre fui mas tranquilo,
más retraído. Era el amigo del chico popular, uno de los ratones de
biblioteca del colegio, y miembro del equipo B de voley. Pero siempre
tenia un libro a mano.
Y cuando por fin comenzaron a pasarme
cosas, seguí teniéndolo, y comencé a entender un poco mas aquello
que había leído. Los libros te dan algo, unos cimientos, una base
que tu mismo rellenas con tus ideas, con tus experiencias y con tus
esperanzas. Pero es la vida el ingrediente final. Y esas cosas que
hacen que, sin apenas darte cuenta, dejes de ser tan niño poco a
poco.
Y si, te das cuenta de que las cosas
buenas tienen un final. Y las malas, por fortuna. Pero como cuando
lees un libro, cuando terminas con los dragones, y el amor, y las
naves espaciales, y la muerte, y los viajes en el tiempo y la
tristeza, tan solo necesitas coger un nuevo libro.
Comenzar una nueva
historia. Descubrir una cosa nueva. Y sea buena o
mala, sabes que aprenderás de ella. Y posiblemente termine en algún
momento. Y posiblemente sea el comienzo de algo nuevo.
Porque todas las cosas, buenas o malas,
tienen un final... seguido de un nuevo principio...
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